¿NO HAY LÍMITES? EMPIEZAN CUANDO PONES EN PELIGRO TU SALUD

«Sobrepasar tus límites, romper barreras…» suena muy bonito y motivador. En parte, puede ser necesario a veces para seguir progresando, pero hay ocasiones en que creo que a mucha gente se le va de las manos. Soñar y perseguir tus sueños está muy bien, pero no respirar, de vez en cuando, ciertas dosis de realismo, puede llevarte a desengaños muy grandes o a pagar precios demasiado altos por conseguir tus metas. O ambas cosas.

Debemos asumir que el entrenamiento, sobre todo con fines de llegar a alcanzar algo grande, supone un riesgo, como cualquier cosa que realmente merezca la pena. Cuánto riesgo corramos irá en proporción a cómo de grande sea el objetivo. Pretender conseguir grandes logros sin exponer lo más mínimo no es realista. Sin embargo, el propósito debería ser minimizar lo más posible las posibilidades de dañarse, mientras se consigue el máximo beneficio. Y ésto lo lograremos con una buena planificación y un método adecuado, cosa que mucha gente ni siquiera tiene realmente. Decir que uses una buena técnica para no hacerte daño, es demasiado obvio y no todo se limita a ello, aunque es muy importante, ciertamente.

Un ejemplo de juventud.

Conozco un caso de hace años. Llamémosle «J.» Un buen tipo, una vida totalmente dedicada al entrenamiento de fuerza, alguien reservado, tranquilo y metódico, era de los entonces considerados una «rata de gimnasio». No había nada que le importara más que un entrenamiento, siempre dispuesto a llegar más lejos, a empujar más fuerte, a levantar más peso.

Recuerdo su actitud, por ejemplo, a la hora de afrontar la prensa inclinada (press de piernas): quería romperla, todo el peso que cargara en ella era poco, las series eran una tortura total; y lo mismo en cada ejercicio, para él, no había límites, todo era posible y estaba dispuesto a lo que fuera con tal de seguir progresando. Sus referentes eran culturistas de antaño, porque los de la época (años 80-90), según él -y yo estaba de acuerdo- parecían vacas, cuando debían parecer gorilas.

Puede que ésto suene a chiste, pero no dejaba de tener su sentido, a pesar de parecer ambas referencias algo despectivas. No sé si habéis observado alguna vez con detenimiento a un gorila, pero es la máxima expresión de un físico muscular, aunque cubierto de pelo. Se ve poderío lo mires por donde lo mires, es intimidante y su presencia transmite fuerza y potencia. Una vaca es grande, ciertamente, y no está gorda, sino que también se aprecia bastante músculo; pero la sensación que transmite al mirarla es más bien de hinchazón, no sé si me explico.

Puede que la comparación no tenga nada que ver, puesto que son bastante diferentes, pero el concepto es la impresión que transmite un físico, ya sea bípedo o cuadrúpedo. Cuando el culturismo empezó a ser popular -y no digo ya hoy en día, que hace muchos años que se ha pasado de rosca- los físicos tornaron a tener un aspecto irreal, a dar una sensación de hinchazón y transmitir una imagen con la que ya no todo el aficionado a los hierros se identificaba. Sin la menor duda, ello fue obra de los esteroides, responsables de llevar los cuerpos más allá del límite.

Steve Reeves -años 50-

En mi opinión, yendo muy atrás en el tiempo, cualquiera podía admirar la apariencia de Reg Park, Steve Reeves, Vince Gironda y tantos otros menos conocidos de aquella old school de la cultura física. Posteriormente, a no ser que tuvieras verdaderas aspiraciones competitivas, creo que nadie querría parecerse a un culturista popular de ninguna otra época: ni la hinchazón, ni las venas como tuberías, ni el prominente abdomen incluso con un ínfimo nivel de grasa corporal -rayando en lo peligroso- parecen atributos admirables.

Culturistas de competición -hoy-

Tampoco quiero decir que absolutamente todos los culturistas modernos tengan un aspecto horrible, pero es cierto que, en cada década, resultan ser más grotescos que en la anterior. En los años 60-70, en la era de Schwarzenegger y compañía (Franco Columbu, Frank Zane, Sergio Oliva…), aunque su desarrollo era muy superior al de los primeros hombres del hierro, todavía tenían un aspecto razonablemente natural, a pesar de que el uso de esteroides estaba muy generalizado. Era gente con una masa muscular espectacular, con un nivel de grasa más bajo que la media pero sin llegar al extremo de parecer un atlas de anatomía, como ha ido ocurriendo posteriormente.

Dentro de la insanidad que supone la competición en cualquier caso, podemos suponer que ellos estaban relativamente sanos -de hecho, muchos siguen vivos y están ya por encima de los 70 de edad. No pueden decir lo mismo varios que destacaron en los 90, que murieron con poco más de 40. Sinceramente, si ésto no es pasar el límite, no sé qué otra cosa decir.

Volvamos a la historia de nuestro amigo «J». El hecho es que, en oposición a toda esa dedicación y esfuerzo, tenía probablemente la peor genética del mundo para el desarrollo muscular. No importaba lo duro que entrenara, lo estricta que fuera su alimentación, los suplementos que tomara… nada parecía funcionar. Respecto a ésto, en aquellos años tampoco había todo lo que podemos encontrar ahora (pre-entrenos, pro-hormonales, etc, etc) pero sí disponíamos de proteínas, aunque no de la calidad y variedad actuales: mi primera proteína fue de soja y parecía un saco de yeso, con un sabor semejante también, además de que para disolverla hacía falta una hormigonera; también había aminoácidos, la creatina empezó a dar sus primeros pasos y poco más, al menos que funcionase.

Su fuerza aumentó, eso no fue un problema. Los kilajes en los principales ejercicios iban creciendo, pero su aspecto apenas cambiaba, nadie podría decir a simple vista que se encontraba frente a un tipo fuerte, no impresionaba lo más mínimo. ¿Qué estaba ocurriendo? Si se debía solo a una mala genética o tal vez a una visión un poco limitada sobre el entrenamiento, no lo sabemos. Nadie podrá echarle en cara falta de compromiso, pero el caso es que la única variable que contemplaba el 90% del tiempo era el peso: más y más, al fallo y más allá.

Actualmente, sobrepasa los 50 años de edad y, probablemente, debió empezar sobre los 17, por lo que son más de 30 años dedicados al hierro de la manera más intensa posible. Lo que ocurrió es que llegó un momento en que su cuerpo no pudo más. El dolor era constante y alcanzó un punto en que empezó a limitarle poder llevar una vida normal. Después de mucho tiempo y dinero invertido en especialistas, resultó que tenía las fascias musculares totalmente aniquiladas. Había castigado tanto su cuerpo que acabó perdiendo la capacidad de regenerarse.

Obviamente, algo así no ocurre de un día para otro, ni en el plazo de unos pocos años. Tampoco significa que le vaya a pasar siempre a todos, habrá gente con más tolerancia al abuso y otra que a la mínima se haga daño, de la misma manera que hay fumadores que mueren ancianos sin ningún problema de pulmón, mientras otros caen antes y con una calidad de vida muy mermada en sus últimos años. ¿Cuál es el asunto? Que no puedes ver el futuro, por lo que… ¿merece la pena el riesgo?

Todo ésto suena muy terrible y parece que el mensaje pueda ser: no te esfuerces demasiado, tómatelo con calma, no metas demasiado peso… Para nada. El mensaje más bien debería ser: hazlo lo mejor que puedas, pero sé flexible y escucha a tu cuerpo. Entrena con conocimiento, no solo con ego. Y sobre todo, no tienes que demostrar nada a nadie, ningún resultado merece la pena si al final no te aporta algún tipo de bienestar.

La clave es la planificación: hay que ciclar el entrenamiento, hay que variar la intensidad a lo largo del tiempo.

Es un error que hemos cometido muchos durante bastantes años, en nuestra ignorancia y acogiéndonos a la capacidad de recuperación que nos confería la juventud: ir siempre a tope, dar el máximo en cada entrenamiento, tratar de llegar cada vez un poco más allá, sobrepasar el fallo… No digo que hacer estas cosas sea malo, sino que no puedes hacerlo todo el tiempo. Hay que periodizar.

Todos los posibles motivos que te motiven a entrenar, sean cuales sean y todos ellos muy respetables:

  • mejorar tu aspecto
  • aumentar tu fuerza
  • incrementar el rendimiento
  • perder grasa / ganar músculo
  • ser más eficaz en un deporte

no significan nada si pierdes la salud. Puedes ordenarlos según tus criterios y preferencias, todo es válido, pero tu salud siempre, siempre debería estar en primer lugar.

No dejes que una lesión -o algo peor- acabe dejándote claro cual es tu verdadero límite.

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